El adiós a Francisco: el Papa argentino que marcó una época

La noticia de su fallecimiento resonó en todos los rincones del mundo, pero en Argentina se sintió como una pérdida íntima, casi familiar. Jorge Mario Bergoglio, el primer Papa latinoamericano y el único argentino en ocupar el trono de Pedro, ha partido de este mundo dejando una huella profunda en la historia de la Iglesia y en el corazón del pueblo que lo vio nacer.

Un porteño de Flores al Vaticano

Nacido el 17 de diciembre de 1936 en el barrio de Flores, Francisco siempre conservó el acento, la calidez y la picardía del argentino común. Hijo de inmigrantes italianos, su historia era la de miles de familias trabajadoras que buscaron un futuro mejor en el país del sur. Su juventud fue sencilla: jugaba al fútbol con sus amigos, estudiaba, trabajaba de técnico químico y transitaba, sin saberlo, un camino que lo llevaría a lo más alto de la Iglesia católica.

Su vocación llegó en silencio, casi como un susurro divino. A los 21 años ingresó al seminario de los jesuitas y, desde entonces, su vida estuvo marcada por una fe profunda y un compromiso con los más humildes. Fue ordenado sacerdote en 1969 y, ya como arzobispo de Buenos Aires, se lo conoció por recorrer villas, andar en colectivo y moverse con una humildad que desentonaba con los cánones de poder eclesiástico. Para muchos porteños, Bergoglio era “el cura que te escuchaba”, “el que no se olvidaba del pobre”.

Un Papa distinto

El 13 de marzo de 2013, el mundo se sorprendía con el anuncio: “Habemus Papam… Franciscum”. Por primera vez, un jesuita, latinoamericano y argentino era elegido Papa. Eligió el nombre Francisco en honor a San Francisco de Asís, y con ese gesto ya marcaba su rumbo: una Iglesia cercana a los pobres, sensible a los excluidos y comprometida con el cuidado del planeta.

Desde Roma, pero con corazón criollo, Francisco no dejó de ser argentino. Hablaba en lunfardo cuando podía, se reía de sí mismo y mantenía vivo el contacto con su tierra. Fue el Papa del mate, del “¡no se olviden de rezar por mí!”, de las llamadas inesperadas a feligreses comunes. Y aunque nunca volvió físicamente al país, su presencia fue constante en cada misa, en cada discusión política o social, en cada esperanza depositada en su palabra.

Un legado espiritual y humano

Francisco no fue solo un líder religioso. Fue también un actor global que dialogó con líderes de todas las religiones, que denunció la corrupción, la trata de personas y las guerras, que predicó la inclusión y la fraternidad. Sus encíclicas, como Laudato Si’ y Fratelli Tutti, fueron faros éticos en un mundo en crisis.

En Argentina, su figura dividió a veces, como toda figura trascendental. Pero en el momento de su partida, el país entero lo despide con respeto. Porque más allá de las diferencias, fue un hijo de esta tierra que llegó a lo más alto sin dejar de ser quien era.

El adiós de un pueblo

Hoy, las campanas suenan distinto. El barrio de Flores está más callado. Y en cada rincón de la Argentina, desde una parroquia en la puna hasta una capilla del conurbano, se reza por él. Porque Jorge, el de Flores, el que fue cura, cardenal y Papa, se convirtió en símbolo. Y aunque la silla de Pedro quede vacía, su legado quedará vivo en millones.

Buen viaje, Francisco. Q. E. P. D.!

© Hernán Diego Sabater, Buenos Aires, Argentina.

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